Mi personaje y yo (4): Psicodrama y personaje

Si hemos podido llegar a un diagnóstico claro de esta problemática de poder centrado en la presencia de un personaje como causa inmediata de los problemas que nos presenta el paciente, creo que es posible abordarlo desde distintos modelos. En este post aportaremos unas líneas básicas de cómo darle cara e intentar resolverlo utilizando la vía del psicodrama (Por Pablo Población Knappe.)

  • Enfoque desde el psicodrama

En mi libro, Psicodrama diádico, describo el camino general para tratar este problema a través de una serie de pasos que denomino: qué, cómo, para qué, por qué, y ahora qué y por qué no. A través de estos pasos se trata, partiendo de los síntomas que presenta el paciente, seguir con una mirada a cómo se estructuran y van conformando la presencia del personaje, se sigue con la constatación del para qué sigue manejándose desde el mismo, con alguna zambullida en el por qué, como guía de comprensión, el trabajo de crítica y “eliminación” del personaje, la ayuda a una reconstrucción necesaria para cubrir el vacío creado por la pérdida de aquel y un paso final de revisión de residuos míticos familiares y culturales.

Con cierta frecuencia, si el personaje o falso yo domina o predomina sobre el por qué yo, puede ocurrir que en la dramatización el protagonista haga un planteamiento que dirija la atención sobre el falso yo. Se trata de que, inconscientemente, el paciente desvía su interés de su verdadero yo a su falso yo.

  • La paradoja de la falsa sanación

El sujeto ha vivido a lo largo de muchos años sus conflictos, tanto intrapsíquicos como de relación, como pertenecientes a lo que él identifica como su verdadera identidad, aunque en realidad tienen que ver con su personaje. En función de esto, el paciente persigue recuperar su equilibrio y su capacidad de adaptación curando las heridas de su personaje, intentando lograr que vuelva a ser el que era, a aquella situación en la que se veía adaptado. Se da así la situación paradójica de que el paciente quiere enmendar lo que cree que le hace daño, sin tener conciencia de que lo que persigue le causa más daño. Pero no es sólo él, el que cae en este error, sino también con frecuencia el terapeuta. Así se establece a veces, una cadena de dramatizaciones en que el desarrollo de la terapia se convierte en un círculo vicioso, no sólo sin salida, sino, con perjuicio del paciente.

Cuando esto ocurre la vivencia del terapeuta es de estar sumido en el desconcierto, nadando en gelatina y, a su vez el paciente, persiste en sus quejas, en sus demandas de lograr una mejoría que nunca será tal, puesto que persigue el refuerzo del falso yo, origen de sus problemas.

La persistencia en este error, puede desembocar en varios finales:

1.- Lograr realmente el refuerzo del falso yo, prolongando su falsa adaptación al entorno y simultáneamente sumiendo al verdadero yo cada vez más, en una mayor oscuridad del inconsciente. Más pronto o más tarde se presentarán, aumentadas, las perturbaciones que causaba el personaje.

2.- Un fracaso de la sesión terapéutica que no aporta, no ya una catarsis de integración, sino tampoco una comprensión de los fenómenos patológicos que sufre el sujeto. Queda abierta la herida con los consiguientes sentimientos dolorosos de angustia, tristeza, rabia, etc.

3.- La entrada en un círculo vicioso que prolongue inútilmente durante años, la terapia.

4.- Un intento por parte del terapeuta, de encontrar la salida a este bloqueo, en un buceo atinente a las heridas infantiles, en un nuevo círculo vicioso a este nivel, en una situación repetitiva que se muestra inútil al cabo del tiempo.

El hecho de centrarse en mejorar el falso yo, aparece como una falsa dramatización, como una especie de metadrama, ya que el verdadero acto dramático estaría centrado en la clarificación de una distinción entre yo y personaje. El objeto último de nuestro interés, es liberar al yo de los sufrimientos que le causa el personaje.

La verdadera solución está en la toma de contacto de la presencia del falso yo y su posterior disolución o al menos, disminución de su predominancia.

  • Un caso práctico (a título de ejemplo)

En un grupo terapéutico en el que actúo como observador, una paciente surge como emergente expresando su dificultad en “dar y recibir”, que era el tema que predominaba en el discurso grupal.

El terapeuta, se centra en este hecho utilizando como técnica el que actuaran un par de yoes auxiliares en las posiciones de “dar” y “recibir”, otro como impotencia y aún otro más, cómo tristeza. Todos ellos eran factores que habían surgido al caldear a la protagonista.

La dramatización se centra en la relación de “dar” y “recibir”, cuyos yoes auxiliares se colocan sentados en el suelo, uno frente al otro, tomados de las manos, tirando y soltando, en una especie de suave forcejeo. La atención del terapeuta se centra en estos dos roles, intentando que lleguen a una solución o negociación.

Estos dos yoes auxiliares se emocionan, pero persiste la situación sin una solución clara.

Tanto en el eco grupal, como en el procesamiento posterior que dirijo, la protagonista y el terapeuta coinciden en que ha quedado un vacío, algo irresuelto. Varios miembros del grupo coinciden en lo mismo, aunque dicen haber conectado emocionalmente con la lucha entre los personajes de “dar” y “recibir”.

Como una de mis funciones en este grupo es, según expresión de alguien del mismo grupo, poner tiritas cuando quedan heridas, sugiero repetir el final de la dramatización y le indico a la protagonista que califique de alguna manera esa lucha entre el “dar” y “el recibir”, que tiene claro que es una parte suya. Da varias denominaciones, coincidiendo todas en una actitud de autoexigencia, de intentar darse a todo el mundo, en el fondo para recibir, pero componiendo un personaje al que dio entre otras las denominaciones de ayudadora y salvadora, lo que ha significado a lo largo de su vida una lucha fuente de inseguridad, insatisfacción y vivencia de fracaso. Señalándola a ella como algo diferenciado de lo que dramatizan los yoes auxiliares le pregunto: “¿y tú, ¿quién eres? Sorprendida, pero con una sonrisa de reconocimiento, responde: “soy yo misma”.

A partir de este momento reconoce claramente entre su yo, “ella misma”, y su falso yo, ese personaje que, como expresa desde aquí, creó desde niña, reforzó en la adolescencia y ha sido la fuente de sus dificultades.

Le lanzo a la protagonista una última pregunta: ¿cómo te encuentras ahora? Con el rostro iluminado responde: “libre”.

Desde aquí queda abierta la posibilidad de proseguir la terapia centrada en este reconocimiento.

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